jueves, 27 de marzo de 2008

El dolor de los asfaltos.

Es nido de turbulentos espíritus este concreto. Especímenes desterrados de la paz que buscan en los rincones de la tiniebla un refugio sucio para su alma perdida.
Recorren las calles de su ceguera fichando presas que madrugar, y no importa si visten de negro o de azul, la selva en su mente es la misma: si no hay presas son presos.
La conciencia se les escapó por el hueco que tienen en el pecho, ese que se formó cuando la vida los dejó en bolas de amor.
Y la moral, y la ética, todas por la misma canaleta. No hay culpa si ya sos el mal encarnado.
Así van recaudando impuestos a la vida, entre noches que nunca terminan, sin soles donde secar las lágrimas del olvido, a la deriva de este mar de adoquines, como si todos fuéramos barcos y ellos los piratas solitarios que nos abordan con su urgencia.
Y así será hasta que otro invada su bote (o hasta que un puerto milagroso los encuentre de repente y les quite para siempre esas ansias de corsario).