lunes, 18 de junio de 2007

Ir y venir.

De Parque Pompeya a Barracas. De Barracas a la locura.
El laberinto de la inconciencia tenía una entrada hermosa y más no me acuerdo.
Sustentados por el licoroso y un Blender's idoneo, el tambaleo comienza tentador y los asfaltos se burlan de nuestro andar. La fiesta también se ríe de nosotros (y no con nosotros).
Entonces a pedalear, caballeros.
Un teatro liliputiense, pero grande por dentro, actúa de caja negra en este desastre mental.
Hay chispazos de luz, igual, como el afortunado encuentro con un pescador de ilusiones que siempre tira algún salmón anímico para los que andamos con el siendo de bajón.
Eso.
Hay personajes que con sólo aparecerse te devuelven el precio que pagaste por entrar a un boliche, o a la vida.
Y después la huida hacia el aire, donde un deja vu me encuentra sorprendido ante la hostil mirada del obelisco: el mismo mareo en la misma esquina.
Será que, entonces, no crecí tanto... o me encogí, tal vez.

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