viernes, 11 de enero de 2008

Demasiada vidriera.

Hay un álbum de marcas a punto de llenarse que resulta la paradoja perfecta para este ensueño verde con olor a sal y rugido constante.
Qué furia despierta la uniformidad, la chatura, el buco ordinario que le atraviesa la frente a estas generaciones de juventud estática, de periplo eterno entre la red y el suelo, sin siquiera un salto que los desprenda del liso proceder.
Se camuflan en el rebaño pero buscan sobresalir perfeccionando su monotonía ¡qué absurda tentación!
Y los pedazos de carne que se ofertan como medias reses lujuriosas para jugar al deseo con la perversa y frívola gula de una brasa hueca.
Si es tanta su pasión por la piel ¿por qué la obsesión en el disfraz?
Al fin y al cabo todas las emociones también las compran por separado, como los bonitos accesorios de esos maniquíes andantes, modelos a seguir, o ya seguidos.
¿Saldrá alguna historia de estos rejuntes de vidriera?
¿Serán todas tan similares como sus peinados? ¿como sus gestos tal vez?
Ojalá los años me permitan seguir siendo un turista de la temporada, un extranjero por tres meses.

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