domingo, 26 de octubre de 2008

Aurgencia.

Con el reloj de arena dejando caer los últimos granos, esta ciudad te espera.
La tormenta se contiene, como un respiro profundo y sordo, y se oye nomás el quejido ansioso de un viento urgido por acariciarte el pelo, yendo una y otra vez sobre las hojas, buscando sosegar sus soplidos recurrentes.
La noche tamborilea sus yemas contra la mesa de un bar (mesa medio vacía), y gira el cuello sistemáticamente, buscando en el fondo de la ventana tu pequeña silueta recortada del otro lado de la avenida, con algunos saltitos y esa luna estampada entre la pera y la nariz que le enseña a la belleza un par de cosas.
Y yo, mientras tanto, deshojo los segundos que se aferran al tiempo con uñas y dientes, e imagino en silencio tus manos acariciando los colores de esta eternidad que quiero darte.

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